Saturday, May 26, 2007


39.-ASESINO DEL ZAPALLO. EL ASOMBROSO CASO DEL. (1)
La noche se cernía ominosa sobre Riverd... no, eso era en otra historia, la noche, tonce, se cernía ominosa sobre la fantasmagórica ciudad de Maldotado. Los rascacielos de tres pisos -hay una disposición municipal acerca de la altura que deben de alcanzar los edificios, tiene que ver con la contaminación visual, el dibujo paisajístico y la escasez de coimas- le rascaban los sobacos a las nubes que discurrían aceitosas, como siempre extrañas, oscuras, tenebrosas, atléticas y fernandinas sobre la urbe dormida que soñaba su sueño viril/vacuno/vinagre, apestosa como el Club Urú a las cinco de la matina. En las callejas empedradas de pozos en donde los renacuajos píaban como arañas pollito las sombras hacían geometrías extrañas en la oscuridad. Algún trolín movía las nalgas navegando Sarandí en busca del pene bufarrón, pero sino todo era calma, paz y misterio en Riverd... ehm, Maldotado. Las muzzarellas se enfriaban en el plato, el reloj de la iglesia detenido a las 21:23, el Paseo Real plebeyísimo con los perros durmiendo en la galería, las gotas de lluvia repiqueteando como los dedos del Negro Rada sobre el tamboril. Los ecos de un grito 'ABNER!', cuajado como el arroz con leche de la agüela, retumbaba en los descascarados caserones como buscando oídos musulmanes. Era Pereira que rastreaba a su pueta favorito en la noche, escudriñando en los tugurios y en las farmacias de turno para ver si se topaba con el vate maldito, sediento de dimes & diretes para sus Jodidos Jueves. En los basurales los gatos maullaban desabridos como dieta de nefrótico y en lo de Naná las nenas se lavaban las cotorras en baldes Tosi con agua fría sacada del bidet porque como sonaba francés era más fino, vistes?, haciendo flotar generaciones de espermatozoides que nunca llegarían a destino, malditos renacuajos sin brújula fecundadora. Tanto fruto del amor desperdiciado, botado al pedo, sin rebaja, no hay oferta sin demanda. 'No hay oferta sin demanda' era lo que justamente pensaba nuestro héroe, el escuálido detective privado Pedro Pablo Piturco Pederast mientras lengüetaba del mostrador los restos de su undécima grappa derramada. Una cierta debilidad del pulso le solía atacar sobre todo de madrugada en el bar del queco cuando atravezaba el límite de los números binarios con el alcohol ingerido si este sobrepasaba los 40° de pureza. Pálido por la situación en Palestina, el precio del estiércol de rinoceronte pardo en los mercados mundiales y las masturbaciones caseras, Pepepepé (como lo llamaban sus amorosos compinches) suspiraba mientras recorría con pesada lengua la madera desgastada de la barra. Ver a tan famoso detective en el ocaso de sus fuerzas lamedoras podía sumir al ocasional parroquiano en una profunda tristeza & melancolía. La vida era dura en Maldotado, el pulso débil y el completo con la Vicky costaba 500 peshos. Una barbaridá. El Tito, amable troglodita que oficiaba de cantinero, se largó un eructo para romper el silencio. Pedro Pablo dejó de lamer la cármica y lo miró desaprobadoramente. No era el aire pútrido que llenaba luego el recinto y atraía los jejenes de los bañados circundantes lo que lo incomodaba. Había perdido en su adolescencia el sentido del olfato (de tanto olerle las enagüas a la agüela y aspirar el talco con que la vieja ocultaba la falta de higiene de sus prendas íntimas). Le molestaba más bien el sonido cavernoso estéreo que emitía la cavidad bucal desdentada del Tito. Lo desconcentraba en sus reflexiones acerca del bien y del mal, de la justicia e injusticia, del oficio u medio oficio. Decisiones a tomar que podían alterar el curso de la velada, la semana y el mes, por no decir la vida misma y las siguientes reencarnaciones, aunque fueran estas últimas de banales uñas. Elucubrando estaba cuando hizo su irrumpción, trastablillante, sudada e impertinente su ayudante, el Pijirito Jauregui. Llevaba puesta una nariz roja y una corbata a tono made in Supermarket. El miedo le empañaba los ojos vidriosos. Ah, tenía los lentes puestos. Bueno, el miedo le empañaba los lentes vidriosos. Temblando le pidió al Tito una grappa. La bebió sin respirar. 'Piturco' dijo en un susurro babeado 'acabo de ver otro cadáver en Santa Teresa... Estaba tirado con las patas en la calle y sobre la cabeza tenía enterrado...' hizo una pausa histriónica en la que aprovechó para secarse la frente con los restos de un calzoncillo que tenía en el bolsillo de su chaquetón '...tenía enterrado... un zapallo hasta los hombros!' .
'Mierda' dijo Pederast que había llegado al final del mostrador con su lengua y cavilaciones 'Ha vuelto a las andadas el Zapallazo...'
Tema del día: Noah de Devendra Banhart, CD Niño Rojo, 2004

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